miércoles, 23 de marzo de 2011

esa cosa con plumas que se posa en el alma

Estoy perdiendo la cabeza y la pierdo eufórica, escribiendo cartas. Vivo la alegría con la misma intensidad que el dolor. A veces me sorprende encontrar cierta similitud en este resquebrajarse. Tan cerca de la verdad que no se puede nombrar. No me da miedo enloquecer. Y no quiero renunciar al exceso. Celebro el exceso.
Podría enviar las cartas que escribo, como Emily Dickinson, y encerrarme en mi escondite y emparedar vivos mis deseos. Podría no enviarlas, como Calamity Jane, y tomar la calle y empezar a arder en el asfalto y confiar en la bondad de los desconocidos.
Es decir: enviar mis cartas y vivir dentro. O no enviarlas, y vivir fuera. Qué hacer.
Ellas dos, en realidad, se habrían entendido muy bien. (…the same pain in different ways…) Creo que Dickinson atraviesa en algún momento las Apacherías, pero no sé si lo he soñado. Lo busco y no lo encuentro. Sí, he debido soñarlo. Vuelvo a encontrarme con ella a través de Sherman Alexie, que me pregunta “¿cómo se puede vivir una vida especial si no la interrogas constantemente?”

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