jueves, 25 de noviembre de 2010

La enfermedad o la desventaja o la debilidad forma parte de mí. Por qué no asumirlo de una vez por todas. No he saltado vallas, no me he subido a muchos árboles, no he patinado ni sobre cuatro ruedas, no he subido el borde de la acera con la bici, no he sabido nunca hacer el pino. Siempre le han pasado cosas diferentes a mi cuerpo. Conocí el hospital pronto y el sol de invierno, mientras el resto seguía en clase. Era una fiesta. Me hacían sentir fuerte con los pinchazos y las ecografías, y me premiaban con un croissant.
Cada vez que vuelvo a tener un esguince, o a tener fiebre, o alergias, o cuando me toca revisar mi riñón, cada vez que me pinchan, o que se inflaman los ganglios, o que detecto la infección, o que se atraganta una vértebra, o que miro el techo de la sala de espera, o que me duele al mear, o que meo en un bote de plástico, o que espero a que las pastillas efervescentes se disuelvan, hay algo, algo nuevo se revela, arde suavemente.

Y ahora me doy cuenta, qué inútiles fueron mis intentos por aparentar lo que no soy, peleando y mordiendo. La enfermedad continúa. O la desventaja. O la debilidad. Y me sigo preguntando cómo lo hice. Cómo lo hice para ponerme a la altura de los fuertes.
Y no sé si quiero seguir esforzándome.

martes, 23 de noviembre de 2010


y cada vez que toses crees que algo se te va a escapar, un órgano o algo peor, y que nunca más lo recuperarás

miércoles, 17 de noviembre de 2010

enfermedad del alma

Todos los enfermos producían esputos ininterrumpidamente, la mayoría en grandes cantidades, muchos de ellos no tenían sólo una sino varias botellas de escupir al lado, como si no tuvieran tarea más urgente que producir esputos, como si se animasen mutuamente a una producción cada vez mayor de esputos, todos los días se celebraba aquí una competición, eso parecía, en la que, por la noche, se llevaba la victoria el que había escupido más concentradamente y en mayor cantidad en su botella de escupir.


El Frío, Thomas Bernhard

esputo

Noche cuarta. Sigo escupiendo como una condenada, llevo cinco días y cuatro noches escupiendo flemas amarillas sin parar, más o menos húmedas, por la mañana sangrientas. No se terminan nunca. Son mis trabajos forzados. Me acuerdo del pobre Prometeo, encadenado a una roca donde un buitre le devora el hígado. El hígado le crece por la noche, y así el buitre continúa martirizándole. En algún momento mi flema se sigue multiplicando para que yo tenga que seguir escupiendo eternamente.
Ese es el secreto de los castigos de los dioses, tal vez luego alguien venga a salvarte, pero en principio son para siempre. La piedra de Sísifo se le cae una y otra vez y él nunca puede alcanzar la cima. Podría aceptar que un buitre se comiese mi hígado una vez o que un día tuviese que subir una piedra por la montaña. Pero no podría aceptar que eso sucediese sin fin, como no acepto tener que escupir cada medio minuto, y ya llevo cinco días. Siento un pozo en el pecho; no hay corazón, ni pulmones, ni bronquios, sino un pozo inmundo.

martes, 16 de noviembre de 2010

febril

En mi tercera noche luchando con la fiebre empiezo, no sé por qué, a intentar recordar todas las casas en las que he vivido, y luego intentaba acordarme de cómo eran antes de las reformas, y de los colores y papeles diferentes que han ido teniendo las paredes, y cuántas veces y cómo he cambiado la disposición de mis cuartos, y qué posters exactamente hubo pinchados, y qué citas escribí con rotulador waterproof sobre el gotelé, y cómo olía el corcho del suelo, y cómo entraba girando la luz la luz la luz

viernes, 12 de noviembre de 2010

y aguantar

Subirme al bus con los cascos, y apoyar la frente en el cristal, y dejar que rebote, y no ver el asfalto sino el cielo avanzando, e imaginar las vistas que deben tener las azoteas, las terrazas, las buhardillas, y olvidarme de la oscuridad mientras Glenn Gould se me clava en la oreja: así aguanto hoy.

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Qué coño es eso de la "felicidad"?

Estoy harta de toda esa gente que se esfuerza tanto por ser feliz que se lo acaba creyendo y es feliz todo el rato. TODO el rato. Cuando llega, cuando se va, cuando se levanta, cuando se acuesta. Es como si esnifasen alegría o algo, y disfrutasen cada minuto de todo, y siempre las cosas van bien y sobre todo, irán mejor, mucho mejor. Porque esa gente tiene una fe ciega en el futuro, en que las cosas finalmente saldrán, porque se esfuerzan mucho y se lo merecen, y se verán recompensados.
Sea lo que sea, la felicidad, estoy en contra.

Nada de lo que me habían dicho se ha cumplido, nada de lo que yo me había imaginado se ha hecho realidad.

Sólo puedo ocuparme de sobrevivir hoy. Y este odio hacia la gente feliz, la gente que le va bien, la gente que confía y que consigue todo, que acaba lo que empieza, y que parecen seguir una línea recta sin torcerse jamás, me da fuerza. El odio me fortalece. Estar en contra o no estar.