lunes, 28 de febrero de 2011

la india que hay en mí

Ese libro extraño ("Apacherías") me ha recordado algo, cuando todavía no tenía miedo:




sábado, 26 de febrero de 2011

Odio lo estúpidas que se vuelven algunas mujeres delante de algunos hombres los viernes por la noche. Y todavía odio más darme cuenta de que yo también lo hago. Ponerme estúpida.

viernes, 25 de febrero de 2011

Ríos de caballos y más

En “Apacherías del Salvaje Oeste” (de Javier Lucini) convergen todos los indios.
Indios de juguete. Indios de plástico. Indios de azúcar. Indios en tecnicolor. Indios que no se llevan el premio al mejor disfraz. Indios con ojos azules. Indios pintados. Indios perdidos y rescatados. Indios muertos. Indios desconocidos. Olvidados. Resucitados. Indios de fotografías descoloridas. Indios de pesadilla. Indios que muerden. Indios que lo han perdido todo. Indios que viven en los huecos de los árboles. Y algunos indios vivos. Indios de verdad. Indios expulsados del paraíso. Indios arrastrados fuera del mundo, a partir de la conciencia de la muerte futura, de lo que se acaba y no vuelve. Indios que atraviesan el presente.
“Como apuntaba E. S. Curtis a propósito de los indios en general, no había ni un solo gesto en la vida de Henry que no implicase alguna suerte de ceremonia o no fuese en sí mismo un acto religioso (yo diría mejor: poético)”, cuenta Lucini sobre el poeta crow.
Henry Real Bird está aquí, en todo lo que hace. Respira en esa fractura entre las cosas y el decir de las cosas, a través de esos actos poéticos que dice Lucini. Se sostiene entre el pasado y el futuro, en el presente más doloroso. Se puede sobrevivir a través de la poesía, sobre todo cuando no hay distinción entre poesía y vida, y todo forma parte de lo mismo. En este momento creo que es la única aspiración posible.
Quizá tiene razón Lucini, y la literatura es la única salvación (o acción) para quien se extingue. Avivar la Llama.
Apacherías Apacherías Apacherías Apacherías Apacherías Apacherías Apacherías

miércoles, 23 de febrero de 2011

Rótulas arriba, pelvis delante, trapecios abajo, garganta abierta. Vuelta a empezar. Todavía no estallo, mi riñón único aguanta. La sangre sigue llegando adonde se supone que llega. O eso creo. No tengo certezas. Pero no está del todo podrida. He estado pensando qué sentido tiene todo ésto (el blog, la pantalla, el teclado, las contraseñas), todo ésto que tiene tan poco que ver conmigo. O con mi sangre. No he llegado a ninguna conclusión. No sé si seguir o no, si escribir más, u otras cosas, si vomitar o no, y si me sirve. Sigo sin saberlo. Y vuelvo. Con ganas. Hay lecturas que me devuelven las ganas de todo, que me encienden y me revolucionan, que me hacen más fácil vivir (o convivir) en el mundo.