jueves, 14 de abril de 2011

desolación: agua con sal

Esta semana no está M. (el entrenador). Está P. Mi tobillo derecho sigue frágil. Gime cada 3 segundos. Mi trapecio vuelve a contracturarse. Apenas sudo. Toda la semana yendo a Vallecas y sudando con la misma timidez que una gallinita asustada. Vaya una mierda. Quiero empapar mi camiseta como los demás pero este tobillo no me deja no me deja no me deja. Ellos, mientras, sudan tanto que se les ponen ojos de bambi con esas pestañas mojadas. Un chico me regala los últimos gramos de su tubo de radio salil. Un gesto que me emociona.

P. enseña de una forma muy diferente a M.
M. quiere que lo hagas todo, que lo hagas ya, y que no pares de hacerlo. M. grita "vamos, vamos". Hasta que dejas de saber qué coño estás haciendo, los brazos no responden, pero sigues dándole como puedes al saco, de la forma que sea, y el saco se mueve tanto que te marea y el cuerpo se detiene solo, sin esperar a que se le ordenes, cuando llega el minuto más corto de tu vida, el minuto de descanso.
P. en cambio, quiere que salgas con algún concepto claro, que comprendas algo, que tu cuerpo se entere y que mañana recuerde. Te enseña los golpes a cámara lenta, te explica el por qué de las cosas. El por qué siempre tiene que ver con dar mejor y más fuerte. O con evitar que te den. P. nos hace repetir. Pero no quiere que repitamos automatizando. Quiere que pongamos conciencia y voluntad en cada golpe. Quiere el cerebro en los puños, los codos, los hombros, las caderas, los pies.
P. enseña de una forma muy diferente a M. Los dos me gustan. Con los dos aprendo. Pero echo de menos a M. Aunque le tema. Echo de menos saber que está ahí, en algún lugar entre los sacos, y que en algún momento se acercará a meter caña. Él es el alma del gimnasio, como suele decirse. Y si le pides que ponga música te responderá que si quieres música te vayas a la discoteca.

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