(M., el entrenador, se acordó de mi cuando volví a empezar el viernes. Qué subidón, qué subidón.)
Hoy, al irme.
M.- Has terminado muy pronto.
Yo.- Pero si llevo más de dos horas. Y es mi segundo día.
Y me muero.
Si por ti fuera, me quedaba toda la mañana.
M.- ¿Y dónde vas a estar mejor que aquí?
Tiene razón M. Dónde voy a estar mejor que rodeada de hombres silenciosos que sudan y sacos que bailan en el aire como bailan los muertos cuando nadie les ve. Si no pertenezco a ningún lugar. Si no pertenezco a nadie. Si sólo tengo estos músculos dormidos. Dónde voy a estar mejor que aquí, donde siempre se me va a exigir más, donde nunca es suficiente.
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