sábado, 25 de septiembre de 2010

septiembre

Vuelvo al blog después de unos meses de silencio y desdicha. Nunca había odiado tanto el verano como este año. Me he dejado asfixiar por el calor y las palabras. El premio Calderón de la Barca ha sido una bofetada para salir de la parálisis cuando ya estaba a punto de abandonar. Hoy me he vuelto a levantar con la sensación de que alguien se estaba burlando de mí...

Me hubiese gustado decir no que vengo de la Resad, sino que vengo de la precariedad. La verdad. No me quejo de no recibir subvenciones para montar teatro, jamás he pedido una. No soy una empresa. Ese discurso lloroso y quejica de los dramaturgos me pone enferma. Llevo desde la adolescencia haciendo todo de forma independiente. Y cuando digo que me he dado muchas hostias no me refiero a que no me han dado subvenciones. Me refiero al dolor que produce no conseguir decir lo que se quiere decir, llegar adonde hay que llegar. En ese sentido es en el que me caigo y me levanto una y otra vez. Escribir no da alegrías, ni siquiera alivia.

Un premio no significa que todo esto que hago valga la pena. Cada día me cuestiono lo que hago, escribo arrastrándome y fracasando, resistiendo. No creo que eso cambie.

No creo que sea un trampolín porque mi objetivo no es saltar y caer en el mundillo del teatro, que es una pasarela terrorífica donde ver y ser visto y de la que no formo parte.

Sé que es contradictorio porque lo que escribo es teatro, y no otro género, pero me siento al margen. Y quizá es mejor que siga así, para no perder del todo la fe.

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