jueves, 25 de noviembre de 2010

La enfermedad o la desventaja o la debilidad forma parte de mí. Por qué no asumirlo de una vez por todas. No he saltado vallas, no me he subido a muchos árboles, no he patinado ni sobre cuatro ruedas, no he subido el borde de la acera con la bici, no he sabido nunca hacer el pino. Siempre le han pasado cosas diferentes a mi cuerpo. Conocí el hospital pronto y el sol de invierno, mientras el resto seguía en clase. Era una fiesta. Me hacían sentir fuerte con los pinchazos y las ecografías, y me premiaban con un croissant.
Cada vez que vuelvo a tener un esguince, o a tener fiebre, o alergias, o cuando me toca revisar mi riñón, cada vez que me pinchan, o que se inflaman los ganglios, o que detecto la infección, o que se atraganta una vértebra, o que miro el techo de la sala de espera, o que me duele al mear, o que meo en un bote de plástico, o que espero a que las pastillas efervescentes se disuelvan, hay algo, algo nuevo se revela, arde suavemente.

Y ahora me doy cuenta, qué inútiles fueron mis intentos por aparentar lo que no soy, peleando y mordiendo. La enfermedad continúa. O la desventaja. O la debilidad. Y me sigo preguntando cómo lo hice. Cómo lo hice para ponerme a la altura de los fuertes.
Y no sé si quiero seguir esforzándome.

1 comentario:

h i l i a n d o dijo...

es que si no peleamos y no mordemos, desaparecemos. aunque tal y como están las cosas, casi es una buena idea.