miércoles, 20 de abril de 2011

Hay uno que se ríe de mí porque no sudo. No sudo lo suficiente. No empapo la camiseta como ellos. Yo me río de él porque habla demasiado.

M. se ha propuesto hacerme sudar. Y al final, algo ha conseguido.
Salgo blanda como un trapo y feliz.

Y me acuerdo del momento en que he estado a punto de no ir. A veces es cuando suena el despertador y otra es antes de salir por la puerta, cuando ya tengo todo preparado. Hoy ha sido en el andén del metro. Es un impulso que he aprendido a no seguir. El impulso de abandonar. Para vivir me sucede igual. Tengo que hacer un esfuerzo para llegar viva a la noche. Y entonces desplomarme. Y dejar que todas esas ideas sobre el morir se apoderen de mi. Y al día siguiente, vuelta a empezar.

Cuando quedan 10 segundos para que suene el timbre, M. grita "vamos, seguido, seguido". Quiere que sepas que no has terminado, que hay que llegar hasta el final, pegando sin parar, lo más rápido y fuerte posible.

martes, 19 de abril de 2011

envidio a los hombres que sudan como bestias

la consistencia

La semana pasada aprendí a sacar los brazos, a extenderlos, a protegerme la mandíbula con el hombro, mientras giro de forma extraña y nueva el torso, la cadera y hasta el talón derecho. De repente, me parece que mis brazos abarcan más, llegan más lejos. Parece que se van a despegar de mis omóplatos. Pero no. Es una sensación desconocida, sorprendente. Y parece que mis brazos han estado esperando este momento. Desde siempre.

Se lo dije a P. al despedirme el viernes.
P. respondió.- Es importante aprender y comprender bien las 3 cosas fundamentales, para luego poder hacer las 40 combinaciones. Y sobre todo, para que los golpes sirvan para algo.
Yo.- No sé si mis golpes sirven para algo.
P.- No, de momento, no sirven para nada porque no tienes consistencia.

Así que me tengo que ir haciendo. O algo así. Hay algo que no tengo y que tengo que ir buscando y creando. Cada día. Poco a poco. Mi nueva misión. Está debajo de mi piel.
Ayer J. me dijo que mi puño es femenino. No quise saber más, indagar sobre el significado de esas palabras. Me dijo que en 5 meses, si yo quería, mi puño podría dejar de ser femenino. Y ser útil y peligroso.

(Así que me voy ahora mismo.)

jueves, 14 de abril de 2011

desolación: agua con sal

Esta semana no está M. (el entrenador). Está P. Mi tobillo derecho sigue frágil. Gime cada 3 segundos. Mi trapecio vuelve a contracturarse. Apenas sudo. Toda la semana yendo a Vallecas y sudando con la misma timidez que una gallinita asustada. Vaya una mierda. Quiero empapar mi camiseta como los demás pero este tobillo no me deja no me deja no me deja. Ellos, mientras, sudan tanto que se les ponen ojos de bambi con esas pestañas mojadas. Un chico me regala los últimos gramos de su tubo de radio salil. Un gesto que me emociona.

P. enseña de una forma muy diferente a M.
M. quiere que lo hagas todo, que lo hagas ya, y que no pares de hacerlo. M. grita "vamos, vamos". Hasta que dejas de saber qué coño estás haciendo, los brazos no responden, pero sigues dándole como puedes al saco, de la forma que sea, y el saco se mueve tanto que te marea y el cuerpo se detiene solo, sin esperar a que se le ordenes, cuando llega el minuto más corto de tu vida, el minuto de descanso.
P. en cambio, quiere que salgas con algún concepto claro, que comprendas algo, que tu cuerpo se entere y que mañana recuerde. Te enseña los golpes a cámara lenta, te explica el por qué de las cosas. El por qué siempre tiene que ver con dar mejor y más fuerte. O con evitar que te den. P. nos hace repetir. Pero no quiere que repitamos automatizando. Quiere que pongamos conciencia y voluntad en cada golpe. Quiere el cerebro en los puños, los codos, los hombros, las caderas, los pies.
P. enseña de una forma muy diferente a M. Los dos me gustan. Con los dos aprendo. Pero echo de menos a M. Aunque le tema. Echo de menos saber que está ahí, en algún lugar entre los sacos, y que en algún momento se acercará a meter caña. Él es el alma del gimnasio, como suele decirse. Y si le pides que ponga música te responderá que si quieres música te vayas a la discoteca.

martes, 12 de abril de 2011

a próposito del final, nuestro final

Hoy fue el final. El que me rompe sin que pueda evitar que me rompa. El que estaba esperando.
Y no he podido evitar pensar en el final de Chump Change, esa novela de Dan Fante. Por supuesto, no lo voy a revelar, eso jamás. Pocos leen este blog. Pero es que hay cosas que no se hacen. Arrasar la última patata frita del plato. No devolver un disco preferido. No dejar ni gota de su champú del bueno y caro. Buscar bronca cuando el otro tiene que madrugar al día siguiente.
No desvelar un final apoteósico es de esas cosas que sencillamente, no se hacen. Y hay gente que le encanta hacerlo. En cuanto te quieres dar cuenta, en tres segundos, te han destripado todo.
El caso es que Dan Fante es un cabronazo. La novela no para de despegar, página tras página. Siempre más alto. Más lejos. Y más alto. Hasta alcanzar la desolación y la esperanza. A la vez. Como digo, un cabronazo. Porque escribe la novela que él quiere leer. Y encima hace que parezca fácil.
p.198 "Ansiaba leer algo que mereciese ser leído, las palabras de alguien que hubiese querido expresar la verdad".
Incluso: da igual si lo consiguieron o no. Pero ése es el criterio más acertado para distinguir lo que es literatura de lo que no lo es: hay quien hubiese querido expresar la verdad y hay quien no, hay quien hubiese querido ser famoso, o entretener, o montar un circo, o mirarse el puto ombligo, o ser amado. Pero los cabronazos que no puedes olvidar hubiesen querido expresar la verdad.
Y p. 202 (el personaje hablando del libro de su padre)... "este libro va a cambiar tu manera de ver la literatura. Te despertará como una patada en el culo. A mí todavía me produce ese efecto"
¿Qué tiene ésto que ver con él y conmigo, con nosotros y nuestro final? Todo. Porque yo no quiero dormir. Porque lo más fácil es dormir. Aquí tengo, a mi lado, unas pastillas que además de aliviar los sarpullidos que me entran en mitad de la noche y que me hacen rascarme como una condenada, te duermen en media hora. Sí, lo más fácil es dormir. Pero la cuestión es despertar. Despertar a patadas. No parar de despertar. Sólo necesito libros como patadas en el culo. Para que me cambien la mirada cada día. Para no conformarme con eso que llamaba y llamabas y llamábamos amor.

viernes, 8 de abril de 2011

Conversación escuchada durante el minuto de descanso, antes de volver a los sacos.

A.- Quítate los cascos.
B.- Qué.
A.- No sé cómo puedes ponerte los cascos.
B.- Me motiva.
La música me motiva.
¿A ti no?
El 80% de los gimnasios del mundo entero tiene música, menos éste.
Aquí hay que pedirla a gritos.
A.- Es que M. (el entrenador) es muy ortodoxo.
Éste es un gimnasio para hombres.
B (sabiendo que me río).- Para hombres, y algunas mujeres...
A.- Pues anda que tú, con los cascos y esas vendas rosas que llevas...

Pienso que a M. la música que le gusta es la de los guantes en los sacos, y los pies, las combas, las cuerdas, la respiración, y el reloj que suena cada 3 minutos y 1 de descanso. Esa es la música del lugar. Para qué poner la radio.

jueves, 7 de abril de 2011

descubrimiento:

Sudar me hace feliz.

Me acuerdo de aquello que decía Capote. Algo así como que "los que no imaginan son como los que no sudan: almacenan veneno".
Yo voy a echar fuera todo el veneno. Siento que al menos soy capaz de hacer algo bien si aprendo a sudar. Y cuando todo vaya mal, peor, mucho peor, empezaré a sudar y seré feliz en medio de la mierda y el caos. Ya no habrá besos con las letras de "the end", o con el telón, o con los aplausos, sino sudor. Habrá sudor para que haya final feliz. Y los putos actores y las putas actrices tendrán que sudar para sobrevivir. Y yo volveré a ir al teatro con alegría. Y me sentaré en la 1ª fila para poder olerles.

Y si te duele el tobillo derecho, como a mi hoy, M. sabe la manera de que sigas entrenando sin forzarlo pero sin abandonar. Siempre hay una forma de seguir sin huir.

lunes, 4 de abril de 2011

2º día de entrenamiento

(M., el entrenador, se acordó de mi cuando volví a empezar el viernes. Qué subidón, qué subidón.)

Hoy, al irme.
M.- Has terminado muy pronto.
Yo.- Pero si llevo más de dos horas. Y es mi segundo día.
Y me muero.
Si por ti fuera, me quedaba toda la mañana.
M.- ¿Y dónde vas a estar mejor que aquí?


Tiene razón M. Dónde voy a estar mejor que rodeada de hombres silenciosos que sudan y sacos que bailan en el aire como bailan los muertos cuando nadie les ve. Si no pertenezco a ningún lugar. Si no pertenezco a nadie. Si sólo tengo estos músculos dormidos. Dónde voy a estar mejor que aquí, donde siempre se me va a exigir más, donde nunca es suficiente.

viernes, 1 de abril de 2011

el peso del mundo (para V.)

Ayer. V. y yo hicimos una comida apache y durante 3 horas sólo hablamos de amor. Y no de literatura. Ni del mundo. Me acosté con muy mala conciencia. Creo que pienso que hablar de amor es una pérdida de tiempo y una gilipollez. Y que sólo los idiotas y las mujeres huecas hablan de amor.
Lo primero que he leído a las 7 de la mañana ha sido la página 85 del libro que tiene Aullido (y más cosas) mientras recalentaba el café y me he tranquilizado:
(...)
debemos descansar en los brazos
del amor.
No hay descanso
sin amor,
no hay sueño
sin sueños
de amor-
sean locos o fríos 
obsesionados con ángeles
o máquinas,
el deseo final
es amor 
 -No puede ser amargo,
no puede ser negado,
no puede ser contenido
si es negado:
el peso es demasiado pesado