jueves, 31 de marzo de 2011

"De una manera invisible, la escritura es convocada para destruir, aniquilar un discurso en el que éramos tan desgraciados, en el que estábamos confortablemente instalados, encerrados. Desde este punto de vista, escribir es la mayor de las fuerzas, pues infringe inevitablemente la Ley, todas las leyes, así como su propia ley. Escribir es fundamentalmente peligroso, inocentemente peligroso."
Maurice Blanchot

martes, 29 de marzo de 2011

Esta noche: última cita con Dan Fante. Después: no quiero más personajes borrachos en los libros de, al menos, las próximas 2 semanas. Voy a limpiar el alcohol de las páginas ya que no pude con el de los días.

lunes, 28 de marzo de 2011

4 (o el rechazo)

Querida Calamity:

En realidad no sé si esto es una carta o qué es.

Pienso en nosotras cuando leo: "El movimiento de rechazar es raro y difícil, aunque idéntico y el mismo en cada uno de nosotros desde el momento en que lo hemos captado. ¿Por qué difícil? Porque hay que rechazar no sólo lo peor, sino también una apariencia razonable, una solución que se diría feliz"

Es difícil pero es claro. Y no tiene vuelta atrás. Una vez que se conoce la verdad no se puede seguir viviendo como si nada. No se puede fingir que no se sabe. O se sabe o no. Cuando se reconoce la mentira en la que se vive ya nada puede seguir igual. TODO cambia.

"Hay una razón que ya no aceptaremos, hay una apariencia de cordura que nos produce horror, hay una oferta de acuerdo y de conciliación que ya no escucharemos. Una ruptura se ha producido. Se nos ha conducido hasta esa franqueza que ya no tolera la complicidad."

Blanchot habla de los acontecimientos públicos, de lo que ocurre en el mundo. Pero creo que yo sólo puedo hablar de lo que ocurre en mi cuerpo. Reconozco esa acción de la que habla Blanchot. Y la reconozco en el corazón y también en el coño. Igual que la reconociste, Calamity, cada vez que te marchaste. El rechazo no es una decisión que haya que tomar. El rechazo es inevitable. Sucede. Sucede con desgarro y con júbilo. Y no puede no suceder. Son los órganos que se revelan y rebelan. Y se ponen a prueba.

No ven nuestro cuerpo en peligro cuando nos llaman histéricas y locas y raras. Creen que nuestro NO es insignificante porque tiene lugar en una esquina, en la cocina, en la cama, donde no hay micrófonos. Nuestro NO es tan poderoso como el suyo. Porque no se enfrenta sólo al mundo. Nuestro NO mira a los ojos y ofrece el coño y el corazón con toda su calamidad.

No ven que nuestro pequeño NO es enorme, porque está en cada una de nuestras venas. En cada instante. Incluso cuando amamos. Sobre todo cuando amamos. Y ardemos. Y nos negamos a no arder.

No me olvides,

La Otra Calamidad

domingo, 27 de marzo de 2011

La Otra Calamidad (o la primavera)

Qué tienen de malo mis ganas, mi ímpetu, mi exceso. Por qué te asusto. Por qué te alejas. Por qué tengo que ocultar mis impulsos. Por qué debo contenerme para que no te vayas del todo. Por qué callar. Por qué no decir claro. Por qué amordazar mis músculos para que no sientas la revolución de mi cuerpo. Por qué tengo que esperar arañando cada minuto. Por qué calmarme. Por qué aparentar que “todo me da igual” mientras busco señales. Por qué no hacer magia. Por qué no puedes saber que te lo pediría y daría todo en este instante. Por qué no debo no puedo no debo. Por qué no arrasar. Todo. Lo quiero todo. De un desconocido. (¿Es eso posible? ¿Es que estoy perdiendo la cabeza? Y me da tanto miedo no poder volver si enloquezco…) Pero no pienso mendigar. No quiero las migajas de tu piel y tu tiempo. No me sirven. No quiero ser una más. Porque he aprendido a no conformarme y a marcharme. La página 20 del cómic de Blanchin y Perrissin es quizá la más importante: cuando Calamity se marcha. Ese es el acto de quien se niega a ser absorbido (Apacherías). Y yo también me marcharé. Me marcharé si no puedo tenerte.

viernes, 25 de marzo de 2011

anoche


la azarosa vida

jueves, 24 de marzo de 2011

recién llegada

Entre estas cuatro paredes empiezo a combatir cada minuto a partir de ahora. Mi cuerpo sabe que no tendrá otro cuerpo para entrar en calor. Sólo sábanas nuevas: tiesas y heladas. Mis ojos miran alrededor, una y otra vez, encontrando algo nuevo siempre. Mis ojos se mueven tanto que me dormiré mareada. Mi cuerpo está preparado para despertar mañana y no reconocer nada y no saber dónde está. Mi cuerpo está encogido y tiembla, pero no está asustado. El consejo de mi padre: “vete al bar de al lado y tómate varios whiskies porque si no lo vas a pasar mal esta noche”.

miércoles, 23 de marzo de 2011

lo que escribiría esta noche si supiese escribir

"Quería amarla, y quería que su amor fuera agridulce e incontenible. Quería que su amor fuera distinto al de todos los demás. Quería que su amor fuera la verdadera imagen de Dios. Quería que su amor fuera el tirano que salva el mundo aunque el mundo no quiera que lo salven. Quería que su amor fuera el pan y el vino, y la carne y la sangre."

Sherman Alexie, Diez pequeños indios

esa cosa con plumas que se posa en el alma

Estoy perdiendo la cabeza y la pierdo eufórica, escribiendo cartas. Vivo la alegría con la misma intensidad que el dolor. A veces me sorprende encontrar cierta similitud en este resquebrajarse. Tan cerca de la verdad que no se puede nombrar. No me da miedo enloquecer. Y no quiero renunciar al exceso. Celebro el exceso.
Podría enviar las cartas que escribo, como Emily Dickinson, y encerrarme en mi escondite y emparedar vivos mis deseos. Podría no enviarlas, como Calamity Jane, y tomar la calle y empezar a arder en el asfalto y confiar en la bondad de los desconocidos.
Es decir: enviar mis cartas y vivir dentro. O no enviarlas, y vivir fuera. Qué hacer.
Ellas dos, en realidad, se habrían entendido muy bien. (…the same pain in different ways…) Creo que Dickinson atraviesa en algún momento las Apacherías, pero no sé si lo he soñado. Lo busco y no lo encuentro. Sí, he debido soñarlo. Vuelvo a encontrarme con ella a través de Sherman Alexie, que me pregunta “¿cómo se puede vivir una vida especial si no la interrogas constantemente?”

martes, 22 de marzo de 2011

júbilo


La ferretería de al lado es preciosa, dan ganas de quedarse a vivir allí, y dormir junto a todas esas cajitas de clavos que brillan tanto y tienen nombres extraños, como las estrellas. En la ferretería me siento segura. Rodeada de hombres con callos en las manos. Rodeada de martillos. Nada malo puede ocurrir. Todo va a ir bien, dicen los destornilladores. Compro con el entusiasmo de quien va empezar a buscar oro nada más salir por la puerta. Pienso demasiado en otro y estoy tan alegre que parezco boba. Idiota del todo. No me importa. Debería sentirme fatal pero no me siento fatal. Corro. Cierro los ojos. Mis párpados se beben el sol del barrio entero. Y me da igual que me sangren los dedos meñiques de los pies. Porque mis humildes botas para huir suenan que da gusto.

Woman using rocker in mining operation on Nome beach, Alaska, ca. 1900. (Eric A. Hegg)

lunes, 21 de marzo de 2011

hard times

No sé si las ganas que tengo
son ganas de llorar o follar,
morir o matar.

¿O es todo lo mismo?
En cualquier caso, me aguanto.

cause hard times they come and they go
most of the time they're in the middle of your road
same pain in different ways
don't you know, son, when it pours it rains

(R.B)

miércoles, 16 de marzo de 2011

this little light of mine

Sí. Necesito más música. Toda la música. A la vez. Y hasta el fondo.
Me pondría a Bach entre las costillas. A Sainte-Colombe en las clavículas. A Ryan Bingham entre los ovarios. A Woody Guthrie en las rodillas. Y unas cuantas rancheras y corridos en las mandíbulas. Y a los rumanos en los pies. Y a los demás en los hombros, los codos, las muñecas. Todos dentro sonando y estallando.Y me rompería en añicos. Y mi muerte sería una fiesta. Y hasta yo sabría reírme.
Necesito conciertos. Hoy quisiera saberme todas las canciones del mundo y desgañitarme cantando por la ventana para matar ese silencio insoportable que llevo dentro, en el que puedo escuchar cómo se desgarra algo que no sé cómo llamar. O que no quiero llamar de ninguna manera. Me rompería la garganta esta noche para no escucharlo. Me reventaría a cantar hasta la extenuación para no escucharlo.
Cansarme. Tengo que cansarme. Todavía más. Más. Más. Y mover las putas cajas de cartón de la mudanza. Y sacar. Y colocar. Y frotar. Y arrancar. Y tirar. Tirar mucho. Y cortar. Y clavar. Y mientras, no parar de cantar. Cantar aullando. Cada minuto cantar. Y luego vagabundear por las mismas calles de ayer, como una tonta.
Hoy me ha venido a la punta de la lengua algo que me escribió R. hace unos años:
“y que todo arda
pero que nada se queme
con el alma a toda orquesta
con la pena a todo trapo”
Eso es.Exactamente lo que quería decir.

martes, 15 de marzo de 2011

roadhouse sun

Ryan Bingham ES América. Así que llevo América clavada en las orejas mientras camino y todo se hace más bello. Llevo América sin haber pisado jamás América. Miro los rostros de cada hombre y de cada mujer que me cruzo, y esta voz les da sentido. Todas estas canciones tienen la capacidad de hacer desaparecer lo demás. Sólo quedan las miradas de los desconocidos, restos que recojo con mis ojos. Y yo me entrego a la desaparición a cada paso.
Qué más se puede pedir.

lunes, 14 de marzo de 2011

amar la calle

Todas las luces me acogerán esta noche. Las farolas, los fluorescentes de los escaparates, los faros de los coches, los semáforos. Me abrazarán, me calentarán, me enseñarán canciones nuevas. Porque cuando soy "la otra calamidad" me alimento de asfalto.

domingo, 13 de marzo de 2011

Y después de la faena: vagabundear.

3

Querida Calamity:

Quisiera más brazos. Quisiera músculos. Los músculos de 13 brazos al menos. Quisiera ser toda fuerza y nada más. Ser brazos sin aire y sin sangre. Brazos de apaches, boxeadores, esclavos, marineros, presidiarios, obreros. Brazos para cargar y pegar. Para meter mi vida en cajas sin temblar. Para tirarlas todas de golpe por la ventana y saltarme las escaleras. Me duele todo. Y no por eso dejo de ser una bestia. Creo que tú te largarías de otra manera. Con las bragas, las botas, y punto. Pero yo no puedo. Miro los libros y las cosas y me parece que sin ellos no sabría quién soy. Estaría perdida. Ya sé que dirás que así no llegaré muy lejos. Pero quién sabe qué es lo imprescindible.

No hay que esperar a que ocurran las cosas. Sé hacer que ocurran. Puedo construir. Y también destruir. Y eso es un alivio, Calamity.

Desde un locutorio sin nombre,

la otra calamidad

martes, 8 de marzo de 2011

2

Querida Calamity:

Tengo todas las palabras pataleando dentro. Pero al llegar a la garganta se convierten en piedras. No puedo decir mucho. Voy a Gran Vía a llorar, es como irse al bosque. Nadie pregunta. Miro las botas de todos los escaparates. No son botas para huir. Me siento en una esquina. Plaza de la Luna. O Montera. O Ballesta. Junto a las putas. Y las escucho parlotear en idiomas que no sé ni cuáles son. Y te escribo mientras las putas esperan. Escribo a una muerta. Porque sólo una muerta puede escuchar mis garabatos. No sé si esto es el final. O el principio. O es lo mismo. Pero lo quiero todo. Yo no puedo esperar.

Sigue preparada,

la otra calamidad



Deadwood Gulch from Scribners monthly - 1877

P.D. Hay una cosa segura: sabré reconocer el tronco donde te sentabas a llorar y a escribir si llego a Deadwood. Igual que tú sabrías reconocer las esquinas donde me abandono.
¿No crees que los lugares pueden guardar
nuestras lágrimas y escupitajos, igual que los cuerpos?

lunes, 7 de marzo de 2011

1

Querida Calamity:

No sé si sería todo más fácil con unos cuantos tragos. Tú lo sabrás mejor que yo. Me he despertado con buenas noticias. Pero he tenido la tarde más triste de los últimos tiempos. Todo se derrumba sin remedio. Y aún así creo que podré seguir adelante. Algo se me rompe dentro, pero parece que fuera todo sigue igual. Ahora ya no soy de nadie. No pertenezco a ningún lugar, a ningún cuerpo. Cada uno de sus 206 huesos ha dejado de ser mío. Ni una sola de sus 24 costillas se pudrirá junto a las mías. No podremos ser el mismo fosfato de calcio deshaciéndose en la tierra. Desasosiego. Él se pregunta si no estará ya muerto. Pero yo no, lo sabes, yo no. Resisto para escribirte al llegar la noche. Como si escribirte fuese encender una hoguera. Y me acerco corriendo al fuego. Porque sólo tú eres capaz de derramar un poco de aguardiente sobre m
is heridas. Y lamer mis pestañas chamuscadas. Y no dejarme caer. Sé que vas a enseñarme a combatir mi propio dolor. Aunque no pienso ir a jugar al póker.

Quiero que sepas algo. Cuando digo tu nombre sólo puedo hablar de amor. O de desamor. O del puto amor. O de amor apache. ¿No es lo mismo? ¿De qué h
ablamos (si no es de amor) cuando hablamos del Oeste? Todos se han olvidado de esto. Todos esos hijos de puta que cuentan lo que les da la gana. Como si tú ni ninguna de vosotras hubiese existido jamás. Si alguien vuelve a decir que eres una puta borracha y nada más, se va a arrepentir. Ya lo verás.

Te lleva dentro siempre,

la otra calamidad

sábado, 5 de marzo de 2011

hasta la muerte

Tengo la costumbre de leer la última página de los libros antes de empezarlos. R. me lo enseñó. Es una prueba. Si la última página merece la pena, entonces me voy a la primera. Así que la primera apachería que leí fue la nº 50. Resulta que en México, al amor con sufrimiento se le llama popularmente “Amor Apache”. Y yo me pregunto qué otros amores hay. Descubro que el mío siempre ha sido apache. Y estoy cansada. Llanto, gritos, amenazas, idas y venidas, y luego promesas, calma, sueño y calor. Vuelta a empezar. No quiero venganza. Sólo necesito unas buenas botas para huir. Y que aguante el corazón.


Calamity Jane en la tumba de Wild Bill Hickok en Mt. Moriah

Por qué hay algunos libros que parecen hablarme directamente a mí. Qué hijos de puta. Luego no puedo abandonarles. Voy cargando con ellos en cada mudanza. Son "los escogidos". De vez en cuando los abro por cualquier página, para que vuelvan a susurrarme algo. Creo que a la literatura no hay que pedirle que sea buena o mala. Yo le pido que me hable, que me atraviese, y lo más importante, que me meta prisa por vivir y escribir. Y ahora tengo tanta prisa que corro peligro.

jueves, 3 de marzo de 2011


Actos poéticos = RESISTENCIA
(está claro)

miércoles, 2 de marzo de 2011

Lejía west. Actos de hoy.

1 No parar de leer PURO FAR WEST hasta liquidarlo. El insomnio, si es voluntario, puede ser un acto poético (dependiendo de lo que se haga para mantenerse en pie).
2 Limpiar hasta el último rincón. Lo que llaman "limpieza general", pero empezando a las 7 de la mañana. He combatido las arizónicas y los ácaros. He barrido, fregado, frotado, aclarado, con todo el incorformismo del que soy capaz. He sacado brillo. He cantado aullando. He sudado. Y ya se sabe.

Ahora empieza el día.


Hoy no me extinguiré.

martes, 1 de marzo de 2011

se me ha olvidado decir

...que ya sólo quiero actos poéticos en mi vida, darle sentido a cada uno de mis gestos y a los gestos que me rodean, y no sólo eso, sino que sean "actos, gestos o trazos del que se niega a ser absorbido, asimilado, amordazado o exterminado" (Apacherías). Ese es el único esfuerzo que merece la pena hacer.
La coca cola y las palabras emborrachan, y sobre todo las-historias-que-no-son-historias. Las historias-a-secas aburren, cansan. Pero las historias-que-no-son-historias siempre dejan con necesidad de más. Porque quitan las ganas de dormir. Porque dan ganas de escribir y follar, de chillar y correr y pegar, y de hablar en inglés macarrónico. Porque llenan los minutos como nada más en el mundo. Porque sacan la sonrisa de la garganta y descosen las heridas. Porque pueden encender una hoguera en cualquier bar.
Para que las historias no sean historias, tienen que ser viajes, tesoros, y sobre todo, secretos. Y esos secretos han de ser desvelados siempre como si fuese la primera vez (aunque sea la centésima vez) y tienen que dar vueltas hasta quedarse anclados en algún lugar entre el esternón y los isquiones.

Para que las historias no sean historias no es necesario que sean verdad, pero es mejor creer que así es y que quien las cuenta asegure que no miente.
No hago más que darle vueltas a las “Apacherías”. Literalmente. Las Apacherías se doblan y desdoblan, se despliegan como un mapa, se superponen, te arrastran, te abandonan, las retomas, te pierdes, y a la vuelta de la hoja te sacuden, te recuerdan el indio que hay en ti y las preguntas que una vez te hiciste y luego te esforzaste en olvidar, te despiertan, te llevan del presente al pasado, y al revés, se reflejan como espejitos mágicos del desierto, se alimentan, se pelean, se sostienen unas a otras.
Es extraño. Después de todo, creo que podría morirme sin pisar el Oeste. Morirme esta noche borracha de historias-que-no-son-historias, de apacherías, de revoluciones. Morirme creyéndomelas todas todas todas, como una niña.
Al menos ahora sé que el Oeste no me lo inventé yo.